lunes, 29 de agosto de 2011

La guerra de los medios sociales


Interesante post en el blog de Nova Spivack sobre escenarios futuros en el panorama de los medios sociales. A diferencia de los que pensamos que se avecinan grandes batallas como las de la Tierra Media, con orcos, elfos, enanos, hombres y árboles que andan, de forma que solamente sobrevivan una o dos de las redes sociales más fuertes en la actualidad, Spivack defiende con buenos argumentos un panorama más conservador (y más pacífico) en el que una serie de ellas conviven en un entorno más o menos estable. Su tesis se basa en que Google+, Facebook, Twitter y LinkedIn, que serían las supervivientes, son servicios distintos entre sí con funciones específicas en cada caso que no se solapan.

En sus palabras: “el paisaje de los medios sociales se va a dividir en varios territorios”. La distribución quedaría entonces de la siguiente manera:

Facebook para las relaciones sociales.  Contactos más personales y actividades de grupos, juegos y aplicaciones relacionadas con el ocio. De acuerdo con Spivack, ni Twitter ni Google + rivalizan en sus funciones con Facebook en este campo.

LinkedIn para las relaciones profesionales: búsqueda de empleo, contrataciones, socios, clientes, proveedores… Es quizá el caso más claro y mejor definido, en lo que a su utilidad se refiere, y ninguna de las otras tres por ahora apunta a prestar estos servicios.

Google+ para compartir conocimiento. Según el autor, Google+ está pensada para compartir conocimiento pero no para las relaciones sociales como Facebook. Su defensa de este argumento es que la mayor fortaleza de Google ha sido y es el constituir la mayor fuente de información en tiempo real. Google+ puede aprovechar la capacidad de los motores de búsqueda y analítica para gestionar volúmenes masivos de información, no solamente artículos, fotos y vídeos, sino también las conversaciones que se generan en torno a los objetos.

Twitter para notificaciones.  Para Spivack Twitter ha sustituido al RSS; constituye una infraestructura de avisos y notificaciones que incluso podría surtir a Google+ y Facebook, si surgiesen entre estos reinos políticas de colaboración. El error estratégico en la actualidad es intentar que Twitter se convierta en una red social tipo Facebook.  A juicio del autor, esto le está alejando de su verdadera fortaleza.

Si Spivack tiene finalmente razón y llegamos a ese estado estacionario tendríamos un servicio para cada cosa y utilidad. Pero yo no estoy tan seguro de que los CEOs de las distintas empresas lo tengan tan claro y sigo augurando grandes choques en el campo de batalla.

jueves, 25 de agosto de 2011

Los árboles de la deuda y el bosque del desempleo

Es curioso, como apuntan economistas de la talla de Krugman o más en nuestro terruño Vicenç Navarro, como el debate político actual desvía la atención del verdadero problema que nos aqueja, el desempleo a consecuencia de la baja actividad productiva, hacia lo que se puede considerar una consecuencia de ello, como es el endeudamiento de los Estados. No quiero quitarle importancia a los efectos negativos que el exceso de deuda y su alto coste de financiación tienen sobre la capacidad de crecimiento de las economías, pero me preocupa comprobar como se intenta de reducirla con medidas que a todas luces van a perpetuar el estancamiento y a obstaculizar el crecimiento económico, como por ejemplo, la futura reforma de la Constitución Española para fijar por ley un techo al gasto público.

La razón es muy simple: estamos inmersos en el conocido ciclo baja demanda/baja producción/nula creación de empleo, y la única forma de salir de él es estimulando la demanda interna para que las empresas produzcan más y por ende necesiten contratar mano de obra. Sin embargo, de los distintos componentes de la demanda solamente el sector exterior mantiene el tipo con una evolución muy positiva (ya traté este tema en otro post), si bien no es síntoma de que el tejido empresarial español haya adquirido de la noche a la mañana una vocación exportadora, sino que se trata de un reducido grupo de compañías muy competitivas que han desarrollado en las últimas décadas mercados en el exterior. No son representativas del conjunto. El resto de los componentes de la demanda se encuentra en dique seco, tanto el consumo privado como la inversión productiva, así que solamente nos queda el gasto público como herramienta para dotar de poder adquisitivo al ciudadano, tanto a través de inversiones directas en infraestructuras y servicios como por medio de transferencias a las familias.

Como he dicho antes, no quiero minimizar el problema de la deuda ni el riesgo que supone una caída de la credibilidad de España en los mercados financieros internacionales (aunque habría mucho que escribir sobre por qué el bienestar de tantos millones de personas está en manos de agencias privadas de dudosa ética y transparencia). Lo que digo es que el Estado es el único que puede gastar en el momento actual y que no sólo no hay que reducir el gasto público sino aumentarlo. Evidentemente, ese gasto debe ser financiado de alguna forma y el endeudamiento no es el camino adecuado. Por lo tanto, nos quedan los impuestos como única fuente de ingresos. El Estado debe aumentar la presión fiscal y la progresividad  del sistema tributario (de forma que en proporción paguen más los que más tienen) para financiar un gasto público que resulta crucial para salir de la crisis.

Cuando una mentira se repite una y otra vez se la acaba creyendo todo el mundo. Es el caso de afirmaciones del tipo “ya pagamos muchos impuestos” o “el Estado es demasiado grande y tiene demasiada presencia en la economía”. No es verdad. A modo de ejemplo y de acuerdo con Eurostat (datos de 2009), el porcentaje de ingresos estatales por impuestos y contribuciones sociales sobre el PNB es inferior en el caso de España que la media de UE-27, que es el 39,6% frente al 31,3% patrio. En este sentido, estamos por detrás de países como Dinamarca (49%) o Suecia (47,4%), pero también de otras naciones menos “sociales” como Reino Unido (36, 7%) o más periféricas, como Portugal (33,9%). Luego la proporción de impuestos recaudados en España es notablemente inferior a la de la mayoría de los vecinos. Por otro lado, tomando el indicador impuestos sobre el trabajador medio (OCDE 2008), expresado como un porcentaje sobre coste laboral, podemos comprobar que la cifra para España es del 37,8%, muy por debajo de Suecia (44, 6%), Francia (49,3%) o incluso Italia (46,5%), por no hablar de nuestra idolatrada Alemania, cuyos trabajadores soportan un 52%. Siguiendo con información de la OCDE, los impuestos sobre la renta y los beneficios suponen un 10% del PNB español, mientras que en países muy liberales como EE.UU. y Reino Unido esta cifra es del 12% y el 14%, respectivamente. Si nos vamos a Escandinavia puede alcanzar el 29,3% de Dinamarca. Por lo tanto no experimentamos una presión fiscal excesiva, por lo menos en términos relativos.

Si nos vamos al otro lado de la tapia y examinamos el gasto estatal en protección social (Eurostat 2008), medido en euros por habitante, podemos apreciar que en comparación el Estado español no tiene una presencia en la economía y una cobertura social tan inmensa como algunos (ya sabemos quienes) nos quieren hacer creer. Nuestro modesto gasto en cobertura social de 5.424 euros por habitante no alcanza la media de la UE-27 (6.603) y queda francamente atrás de vecinos como Alemania (8.388), Bélgica (9.112)  o Francia (9.338). De los del norte de Europa ni hablamos. Tenemos pues un Estado del Bienestar de segunda división, lo que justifica el aumentarlo, máxime en esta situación,  no reducirlo mediante recortes y privatizaciones.

En conclusión, veo una insensatez ponerle techo al gasto público en un momento en que hay que aumentarlo, y veo que existe margen suficiente para aumentar la tributación sobre la renta y el beneficio (en este momento sobre el consumo no),  especialmente aumentando la progresividad del sistema para que pague más el que más tenga (en el diario de ayer aparecía la noticia de que los ricos de Francia han propuesto pagar más impuestos).

martes, 9 de agosto de 2011

Trovadores, juglares, derechos de autor y propiedad intelectual

Estaba cantado: con todo el crossover de temas que trato en los distintos posts, no es de extrañar que los personajes de mis otros blogs acaben apareciendo aquí, en “Aturdido y confuso”. En este caso se trata de los juglares, cuya figura he tratado recientemente en mi blog de música “Soledad tengo de ti” y que ahora vienen al caso en este medio de contenido más tecnológico para demostrar que no hay nada nuevo bajo el sol. El tema de rabiosa actualidad de la propiedad intelectual en el entorno digital, el debate entre los que defienden que todo contenido divulgado por la red debe ser libre y gratuito y los que abanderan el pago por el uso y disfrute de la creación artística o intelectual, tiene arcaicos precedentes el el mundo medieval, en la figuras de los trovadores (creadores) y juglares (divulgadores). Eso por lo menos me ha dado a entender la lectura de “Poesía juglaresca y juglares. Aspectos de la historia literaria y cultural de España” (Espasa-Calpe, 1962) de Ramón Menéndez Pidal, un apasionante volumen del que no paro de sacar temas para entradas en los blogs (¡ojalá existiesen en la actualidad contenidos en papel o en red con un décima parte de interés!).

A nadie que no esté entontecido con basura televisiva del tipo “Sálvame” se le escapa que la llegada de Internet y el avance brutal de las tecnologías de la información en la última década han traído consigo la eliminación de barreras para la transmisión y apropiación de cualquier obra en formato digital, ya sean documentos de texto, música o películas. A pesar de los intentos de las autoridades y de organismos como la SGAE en España para obligar a pagar por los contenidos sometidos a derechos de autor, resulta técnicamente imposible frenar el libre tráfico de los mismos por las redes, especialmente los que se mueven a través de tecnologías P2P, en las que cada usuario, cada ordenador personal, se relaciona con otros sin intermediarios. Obviando el abismo de los siglos, algo parecido sucedía en la España de la Edad Media (y supongo que en el resto de Europa).  Entonces no existían los derechos de autor, sin embargo, la obra poética era celosamente custodiada por su creador, ya fuese un trovador o un juglar compositor. Refiere Menéndez Pidal que los juglares que servían a un señor (trovador-compositor) necesitaban permiso de éste para enseñar a otros juglares las canciones nuevas de su repertorio (luego sí había un control sobre la difusión del contenido) y el juglar que no era poeta pagaba dinero, caballos o alhajas para que le enseñasen de memoria una obra o le cediesen un manuscrito. Recordemos que los juglares eran una suerte de músicos ambulantes (a veces fijos en determinadas cortes según su valía), que aunque en ocasiones componían sus propios poemas, por lo general se encargaban de difundir las de otros. Eran una suerte de “Internet físico”, difundiendo información por toda la Europa medieval.

Pero al igual que ocurre en la actualidad, existían limitaciones a la hora de garantizar las licencias y el cobro por los derechos de autor. Por un lado, era común el robo de las obras para su explotación pública. Ramón Menéndez Pidal pone como ejemplos que el exordio del poema “Doon de Nanteuil” advierte que la obra fue arrebatada al autor que no la quería vender a ningún precio, y también que el rey Alfonso X denuncia como Pero da Ponte se había enriquecido robando los cantares de Alfonso Eáñez, entre otros muchos. Saltando varios siglos y cambiando de país, es bien sabido que Shakespeare nunca le daba a los actores de su compañía el texto completo de sus obras para los ensayos; solamente recibían la parte de su personaje que tenían que aprenderse, dado que suponía un grave riesgo de plagio el que la obra circulase en una versión completa. A pesar de todo, las compañías rivales tenían escribas en los estrenos que transcribían el texto al papel según iba siendo interpretada en escena, tal y como hacen los chinos hoy en día al grabar las películas en los cines para abastecer la oferta del “top manta”.

Por otra parte, el problema que existe ahora de la transformación de una obra original sin el consentimiento del autor, amparada por la facilidad de uso de los programas de edición digital, en el medievo tenía su equivalente en la refundición de textos. En palabras de Menéndez Pidal: “Otras veces, sin duda las más, tratándose de géneros de poesía muy populares, donde el manifiesto del autor es escaso o nulo, el juglar se apropiaba de una obra refundiéndola, corrigiéndola a su modo para que resultase superior, y así transformada la presentaba al público como única redacción auténtica”. No era, no obstante, algo tan negativo, dado que a menudo el “refundidor” conseguía adaptar obras pasadas de moda al gusto del público del momento, prolongando de esta manera la vida del texto.

Lo que queda claro es que la tecnología puede haber acentuado el problema del pirateo pero que éste siempre ha estado allí. ¿Quién no ha tenido decenas de discos en cintas de cassette grabadas?
 
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