jueves, 24 de octubre de 2013

Los nativos digitales: no es oro todo lo que reluce

Por fin leo algo sensato relativo a los jóvenes y la tecnología, después de tantos años aguantando a gurús, tecnochamanes e iluminados diversos juzgándonos a los que procedemos del siglo XX de viejos sin futuro ante la llegada de los nacidos en el mundo digital.

Pues es la propia Comisión Europea, en su documento Apertura de la educación: Docenciay aprendizaje innovadores para todos a través de nuevas tecnologías y recursoseducativos abiertos, la que reconoce que “a pesar de que las competencias digitales son esenciales para el empleo, los jóvenes actuales no saben utilizarlas de forma creativa y crítica.” Y añade que haber nacido en una era digital no es condición suficiente para ser competente en materia digital.

Para mí es suficiente desagravio que se me afirme que ningún pollo me da veinte vueltas profesionalmente solamente por el hecho de haberse criado con una Nintendo DS en vez de con el Fuerte Comansi, como hice yo. Y del nivel de cultura general que ostentan los hijos del siglo XXI ya hablaremos en otro momento…

En fin, hablando más en serio, los datos que arroja la UE sobre competencias digitales de los jóvenes son preocupantes: sólo el 30 % de los estudiantes de la UE pueden considerarse competentes en la materia y todavía un 28 % de los mismos prácticamente no tienen acceso a las TIC, ni en la escuela ni en su casa. Estamos hablando de una importante brecha digital.

La situación en la enseñanza europea también deja bastante que desear, a juzgar por las cifras que arroja el informe:
  • El 63 % de los niños de nueve años de edad no estudia en un centro bien equipado desde el punto de vista digital (es decir, que disponga de equipos adecuados, banda ancha rápida y alta conectividad).
  • Si bien el 70 % de los profesores de la UE reconoce la importancia de formarse en cómo enseñar y aprender con medios digitales, únicamente entre un 20 % y un 25 % de los alumnos tiene profesores que dominan y fomentan dichas tecnologías.
  • La mayoría de los profesores utilizan tecnologías de la información y las comunicaciones (TIC) principalmente para preparar sus clases, pero no tanto para trabajar con los alumnos durante las mismas.
  • El 50 % y el 80 % de los alumnos de la UE no utilizan nunca libros de texto digitales, software con ejercicios, podcasts, simulaciones ni juegos didácticos.
Es por ello que el documento de la Comisión Europea lanza el reto a los Estados miembros de llevar a cabo políticas educativas basadas en los entornos digitales de sistemas abiertos o recursos educativos abiertos (REA), como los llaman ellos.

En suma, realizan una serie de recomendaciones dirigidas a difundir el uso de los REA, como pueden ser:
  • Estimular políticas de acceso abierto a material didáctico financiado con fondos públicos.
  • Animar a los centros de educación y formación formal a que incluyan contenidos digitales, entre ellos REA, en el material didáctico recomendado para alumnos de todos los niveles educativos y fomentar la elaboración, incluso mediante contratación pública, de material didáctico de alta calidad cuyos derechos de autor pertenezcan a autoridades públicas.
Y por supuesto, promover la conectividad, sin al cual no hay cultura digital que valga:
  • Conectar todas las escuelas, a ser posible con conectividad de banda ancha en cada aula, modernizar sus equipos de TIC y desarrollar registros de aprendizaje accesibles y abiertos a escala nacional, utilizando Fondos Estructurales y de Inversión de aquí a 2020.
Las recomendaciones se complementan con sugerir la creación de incentivos a la innovación:
  • Animar a que las redes de profesores voluntarios, las comunidades digitales y los expertos en TIC pongan en marcha iniciativas (por ejemplo cursos de codificación o programas de divulgación en las escuelas) y crear, en cada sector educativo, premios para profesores que hagan un buen uso pedagógico de las TIC.
Políticas decididamente necesarias, pero que parecen algo tibias e insuficientes de cara a atajar el problema que plantean los datos de la UE.

jueves, 17 de octubre de 2013

La desigualdad destruye el capitalismo

No son pocos los indicios que parecen indicar que esta recesión conlleva un aumento brutal de la desigualdad en nuestras sociedades. Todo se ha hecho tan bien, tan elegantemente, que no nos damos cuenta que en la práctica lo que se ha hecho es salvar a un sistema financiero víctima de su propia irresponsabilidad y de sus prácticas fraudulentas, a costa de los derechos adquiridos por los ciudadanos con siglos de lucha social.

En resumen, no vas a tener una asistencia sanitaria decente, ni una pensión aceptable cuando te jubiles, aunque lleves décadas pagando impuestos y las cotizaciones a la Seguridad Social, porque tu dinero se ha destinado a salvar los intereses de los accionistas de los bancos.

En un artículo publicado en septiembre, Paul Krugman reflexionaba sobre los plutócratas de EE.UU., magnates cuyas empresas han sido salvadas a costa del esfuerzo de todos, que encima se ofenden cuando se les pide que contribuyan, a través de la fiscalidad, a equilibrar, si quiera un poco, la desprotección de las clases más desfavorecidas.

Los ejemplos que ofrece Krugman son estremecedores del grado de egoísmo,  superioridad social y desprecio por los valores colectivos que manifiestan estos directivos, verdaderas hienas a todas luces.

American International Group (AIG) es una gestora de seguros que aprovechó vacíos legales para colocar deuda antes de la crisis ante la que no podía responder. Dado su tamaño, el Gobierno estadounidense tuvo que rescatarla para evitar un cataclismo del sistema financiero. Pues bien, intervenida como está por la Administración, AIG sigue pagando primas astronómicas a sus ejecutivos y, ante la indignación social que esto ha causado, Robert Benmosche, su consejero delegado, ha comparado la crítica de los ciudadanos y medios con los linchamientos en el sur de los EE.UU.

Otro ejemplo: el presidente de Blackstone Group, Stephen Schwarzman, considera una declaración de guerra (lo compara con la invasión nazi a Polonia en 1939) el que el Gobierno elimine la laguna legal que permite que los ejecutivos de la empresa solamente paguen el 15% de impuestos por gran parte de sus elevados ingresos.

El problema no es sólo que se acentúe la desigualdad en EE.UU. y Europa, lo realmente preocupante es que se justifique como algo lógico e inevitable. Las políticas económicas que se aplicaron en el mundo desarrollado desde 1945 contribuyeron a redistribuir la renta en los países (a través de los sistemas de protección social y del fortalecimiento de conceptos como la educación universal) y a empoderar, desde el punto de vista económico y político, a una creciente clase media.

El proceso actual tiende a destruir a esa clase media, como subraya Antón Costas en su artículo Que no nos digas que fue un sueño. A su juicio el aumento de la desigualdad es el problema más serio y peligroso al que nos enfrentamos en la actualidad.

Aparte de las connotaciones morales, la desigualdad es perniciosa para los sistemas económicos e incluso para el funcionamiento del propio capitalismo:

  1. La desigualdad convierte en volátiles e inestables las economías de mercado al reducir la capacidad de consumo de amplias clases sociales.
  2. Polariza la sociedad por clases sociales y por distintas expectativas de futuro dando lugar al malestar y a los conflictos sociales.
  3. Es una amenaza para la democracia al ser caldo de cultivo de movimientos populistas y totalitarios, que siempre movilizan con más fuerza cuanta más indignación hay. ¿No hemos aprendido la lección de la Alemania de los años 30?
  4. Finalmente, y esto entronca con el artículo de Krugman, afirma Costas que la desigualdad destruye la moral colectiva y los sentimientos éticos que garantizan el buen funcionamiento de una economía de mercado. Los ricos se sienten superiores al resto y adoptan la estrategia del todo vale, que evidentemente se filtra al resto de la sociedad.
¿Realmente queremos volver al capitalismo salvaje de la primera Revolución Industrial?

miércoles, 9 de octubre de 2013

De tener miedo de los chinos a temer por ellos

La frase del título la atribuye The Economist al Nobel de economía Paul Krugman en el artículo A bubble in pessimism. Expresa el temor de que un frenazo de la economía china pueda agravar la crisis de la economía mundial, estancando el crecimiento de las economías emergentes y de los sectores de nuestra economía que dependen de su bonanza, como las telecomunicaciones, las finanzas o las infraestructuras.

El pesimismo de Krugman no es del todo compartido por el autor del artículo, que observa un cambio de tendencia en el gigante asiático, aunque no necesariamente negativo.

Es cierto que desde hace algún tiempo China ha rebajado su poderosa tasa de crecimiento de dos dígitos de antaño a un “modesto” 7,5%. La tasa de inversión sigue alta, más del 48% del PIB, pero el ratio de endeudamiento de las familias, empresas y de la administración ha subido hasta un 200% del producto interior.

Lo que para unos es una evolución del modelo económico para Krugman es el fin del modelo de crecimiento chino. A su juicio, lo que ha quebrado es lo que Marx denominó el “ejército de reserva”, es decir, un exceso de población rural que fluye hacia las actividades industriales urbanas cuando resulta necesario para mantener los salarios bajos.

Se ha tratado de basar la competitividad en la explotación del trabajador, que el padre del marxismo denunció en el capitalismo de su época, y que sus discípulos chinos actuales aplican para garantizar la expansión económica del país, incurriendo en una más de sus contradicciones ideológicas.

Pero parece ser que este modelo no se sostiene y que cada vez es más difícil llevarse mano de obra del entorno rural sin que se produzcan tensiones salariales al alza allí. El retorno de la inversión de este modelo era alto, con mano de obra ilimitada  a precio de saldo, pero ahora  caerá porque los salarios deberán subir para convencer al trabajador para que acuda a la ciudad. La insuperable competitividad china no será la misma.

El nuevo modelo exige que la inversión se centre en aumentar la productividad del trabajador individual y la rentabilidad de la misma ya no será tan espectacular.

Ahora bien, el sistema político chino se ha beneficiado de los métodos inhumanos del capitalismo salvaje, la explotación extrema del trabajador, pero a la vez se salta las reglas del mercado que son inherentes a éste, y el Gobierno manipula los componentes de la demanda a su antojo.

Es por ello que el estado estimula la variable de la inversión (de forma directa o a través de las empresas intervenidas) cuando otros componentes de la demanda, como el consumo privado, se debilitan. Están tuneando la ecuación de la renta y la demanda (demanda=consumo+inversión+gasto público+exportaciones-importaciones) a su antojo.

Para Krugman es una situación insostenible: a su juicio, China está invirtiendo desmesuradamente en aumentar su capacidad productiva en vez de nutrir la demanda interna y externa para sus productos y servicios. Y ello reventará en algún momento.

Recordemos que parte del mundo que todavía no sufre la crisis, en especial América Latina, depende en gran medida de la evolución de la economía de países como China e India, entre otros. Un cataclismo de estos países de oriente puede producir un efecto  en cadena y sumirnos a todos en una situación aún más desesperada. Por eso dice Krugman que, más que tenerles miedo, ahora debemos temer por ellos (y por nosotros).

jueves, 3 de octubre de 2013

La carrera de la competitividad en Latinoamérica

La incertidumbre es la constante de este nuevo mundo que nace en este siglo que comienza. Habíamos apostado por una serie de economías emergentes como los nuevos poderes hegemónicos, entre los que se encontraban varios países de Latinoamérica. Pero las cosas no están tan claras después de todo: el cambio de estrategia económica china y la falta de pulso económico en EE.UU. y Europa ponen en duda incluso el escenario recién estrenado. Y una parte de los países de América Latina no parecen haber aprovechado los años de vacas gordas para establecer una posición competitiva en los mercados globales.

Algo de esto sugiere el informe The Global Competitiviness Report 2012-2013 de World Economic Forum, un trabajo que compara el nivel de competitividad de las distintas naciones. Entienden los autores por competitividad como “el conjunto de instituciones, políticas y factores que determinan el nivel de productividad de un país”.

El índice de competitividad que elaboran, y que permite comparar unos países con otros, se basa en doce componentes que resumo a continuación:

  1. Instituciones: entorno legal y administrativo.
  2. Infraestructura: transportes y comunicaciones.
  3. Entorno macroeconómico: grado de estabilidad.
  4. Nivel de desarrollo de la educación primaria y la sanidad.
  5. Educación superior y formación.
  6. Eficiencia del mercado de bienes.
  7. Eficiencia del mercado laboral.
  8. Desarrollo del mercado financiero.
  9. Preparación tecnológica.
  10. Tamaño del mercado/capacidad exportadora.
  11. Grado de sofisticación de las prácticas de negocios.
  12.  Innovación.
En el epígrafe relativo a Latinoamérica, el informe detecta un frenazo en el desempeño económico de la región en términos globales y un estancamiento en el crecimiento de la competitividad.

Centrándonos en países concretos, Chile (34 en el ranking mundial, por encima de España) y Panamá (40) exhiben los mejores valores del subcontinente. En el primer caso se valora especialmente la estabilidad institucional y macroeconómica chilena, el buen funcionamiento del mercado interno y la capacidad para competir en el mercado global. De Panamá se reconoce su esfuerzo por desarrollar sus infraestructuras de transportes y de redes, así como la rápida penetración tecnológica y las mejoras en la calidad del sistema educativo.

Algo más abajo en la lista de la competitividad mundial nos encontramos con Costa Rica (puesto 54), México (55) y Brasil (56). Costa Rica sigue mejorando, en parte por la evolución de la capacidad innovadora, y el informe destaca su sistema educativo y la apertura de los mercados, si bien señala la inseguridad, y el gasto público asociado para combatirla, como una debilidad.
De México se destacan la estabilidad macroeconómica, el sólido sistema financiero, y las posibilidades que ofrece el mercado interno, pero falla especialmente en temas como la corrupción y la inseguridad.

Sorprende que la gran promesa que es Brasil se encuentre tan abajo en el ranking, pero lo cierto es que el trabajo detecta obstáculos a la competitividad carioca relacionadas con el endurecimiento de la financiación, la falta de eficiencia de la Administración, la corrupción y la falta de confianza en la clase política. Además, considera insuficiente el nivel de desarrollo de las infraestructuras, del sistema educativo y de la apertura a la competencia internacional.

Perú se encuentra en el puesto 61 de la lista mundial y se reconocen sus avances en los últimos años, si bien se sugiere que el modelo que ha garantizado estas mejoras en la competitividad puede haberse agotado. Los esfuerzos que debe encarar esta nación de cara a continuar su progreso pasan por mejorar la eficiencia de la Administración, atajar la corrupción, ampliar las infraestructuras y  aumentar la calidad educativa y el nivel de capacitación de la mano de obra.

Colombia y Ecuador presentan las posiciones 69 y 71 respectivamente. La primera muestra unas condiciones macroecónomicas estables y positivas, pero muestra debilidades en términos institucionales y alto grado de corrupción, además el desarrollo de las infraestructuras es insuficiente. Se sugiere que una mejora en el sistema educativo puede contribuir a la diversificación d ela economía.

Ecuador por su parte ha subido 15 puestos desde el último informe, básicamente por sus esfuerzos en el campo de la calidad educativa, de la innovación y en el despliegue de infraestructuras.

En Centroamérica se reconoce la mejora de países como El Salvador (96) y Nicaragua (99), gracias en parte a su relativa capacidad innovadora.

Las grandes caídas del ranking las protagonizan Argentina, Uruguay, Paraguay y Venezuela.

Uruguay pierde 11 puestos hasta el 85, principalmente por el deterioro de las condiciones macroeconómicas, la alta inflación y las dificultades para acceder a la financiación exterior entre otras razones.

Argentina por su parte cae del puesto 94 al 104, sobre todo por temas relacionados con la ineficiencia y el favoritismo del Gobierno, así como por el deterioro macroeconómico. Algo parecido pero en mayor escala muestra Venezuela, con una caída hasta el puesto 148, que a juicio de los autores del informe es debido a la profunda crisis institucional y económica que atraviesa.
 
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